Afortunadamente, han cambado mucho nuestros usos y costumbres.
El General Ramón María Narváez, militar y político que ocupó varias veces el cargo de Presidente del Consejo de Ministros durante los años 1850 y siguientes, que en su tiempo era conocido por el ganado sobrenombre de “el Espadón de Loja”, por sus muy especiales características políticas, además de por su lugar natal, fue siempre un valedor de la causa de la Reina Isabel II.
Segundón de familia aristocrática, no heredó por tanto los títulos de su padre, y sus comienzos en la milicia fueron luchando contra los llamados entonces – Cien mil hijos de San Luis -, contingente de tropas francesas que invadieron nuestro suelo en apoyo de aquél cínico, desaprensivo y hasta traidor y felón Fernando VII. Tropas aquellas de las que fue nuestro personaje hecho prisionero y encarcelado en Francia hasta 1824.
Participó de manera importante a su vuelta, en las llamadas – Guerras Carlistas – siempre defendiendo la causa isabelina, y fue promovido al cargo de Presidente del Consejo de Ministros, que posteriormente ostentaría en varias ocasiones con distintos gobiernos, siempre liderando el que se denominaba entonces, Partido Moderado.
Salió ileso de un atentado ocurrido en la calle Desengaño de Madrid en el que falleció uno de sus ayudantes.
Se cuenta, que en su lecho de muerte, el sacerdote le dijo:
-Hijo, has de perdonar a tus enemigos…
-No tengo ningún enemigo, Padre… Los he mandado fusilar a todos.
Se conocieron los hechos, y naturalmente la expresión, que durante algún tiempo se repetía en muy variadas ocasiones, parecía tener dentro de la crueldad, cierto gracejo, se puso de moda y todos decían…¡Yo… como Narváez! No tengo enemigos. Y fue expresión popular histórica como tantas otras, que se popularizó entonces, aunque ahora lógicamente, y gracias a Dios, esta en desuso… Pero ese, ese es su origen.