Algunas veces, aunque no muchas, empleamos esta frase para definir algo tan simple como que, solo lo externo no debe hacernos tomar decisiones que pueden ser luego equivocadas.
Y pensándolo bien, cuanta carga de razón tiene. En ocasiones, fiando solo del aspecto externo de algo o alguien, cometemos verdaderos errores.
En la historia de España, al igual que ya había ocurrido en otras partes de Europa, allá por los albores del año mil, las ideas preponderantes eran las religiosas, y consistían en la lucha contra el infiel.
Siempre ha sido así: -El que no está conmigo, está contra mí-.
Y hasta parecía natural, desalojar por la fuerza al falso y entronizar al verdadero. ¿Y donde parecía más acuciante y necesario? Naturalmente, pues en Tierra Santa. Se organizaron las fuerzas, pero resultaba carísimo, un tanto por la lejanía, pero primordialmente por los contendientes.
La idea, reconozcamos que fue genial… Mandamos gente de hábito que no cobra, aunque les tengamos que enseñar el manejo de las armas…
Aparecieron los primeros, eran la: -Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón- Conocidos de siempre como -Los Templarios-.
Aquí en España, el infiel resulta que estaba más cerca, en la propia casa.
Y era natural, surgieron tres, que luego fueron cuatro. Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa.
Con hábito y todo, pero ayudaron de manera pero que muy importante a desalojar al infiel. Cuidado, pero ¿A que precio?
Cuando la autoridad eclesiástica y los propios Reyes, se dieron cuenta de que eran incluso más poderosos que ellos mismos, las disolvieron de manera tajante, quedándose con sus activos.
No, efectivamente, no es el hábito lo que hace al monje. Está claro.