Estar en un ay

Puede incluso hacer mucho tiempo, pero quién no recuerda las dudas, y hasta las confusiones en aquellos tiempos del colegio con el: Hay del verbo haber, el ahí para señalar un lugar, y el ay como interjección.
Pues bien, a la vista de esto y con respecto a la interjección: – Ay – con la que expresamos dolor, pero también cuidado y preocupación, podríamos hacer la siguiente interpretación:
Hay por ahí, una frase hecha, que decimos a veces: – Estar hecho un ay –. Con la que intentamos dar a entender nuestra inquietud por algo. No es un quejido por ningún dolor, no, es desasosiego, turbación, o incluso intranquilidad, ante algún acontecimiento.
Y con respecto a ello, nada mejor que recordar la inmensa preocupación, congoja y desasosiego general de una sociedad, ante unos hechos clínicos que conmocionaron las conciencias de los españoles, y que se producían en la persona de su Reina de ese momento.
Tal era la angustia general, que dicen las crónicas que no había camino en todo el País que no estuviera cubierto por alguna procesión, en oraciones por la curación real.
Se trataba de qué en octubre de 1568, la salud de la tercera esposa de nuestro Rey Prudente, Felipe II, Isabel de Valois, se veía gravemente amenazada. De tal manera que por la medicina del momento no se supo diagnosticar un aborto séptico que provocó su fallecimiento con 23 años.
Contrajo aquel trascendente Rey de nuestra Historia, matrimonio en cuatro ocasiones, todas ellas en función de alianzas con diferentes Países. Portugal primero, con María Manuela, Inglaterra con María Tudor, Francia con Isabel de Valois y Austria por último con su sobrina Ana de Austria con la que se inaugura la calamitosa endogamia que acabó dando fin a la Dinastía.
Siempre el pueblo español ha sido conmovedoramente sentimental y entrañable con sus reyes, aunque con Isabel de Valois, lo fue de manera muy llamativa. Había llegado a España con 14 años y era nombrada, desde entonces: “De Francia viene la niña, De Francia la bien guarnida”.
La medicina era así. Pero ciertamente, eran ellas entonces, las verdaderas heroínas para la consecución del deseado varón, sucesor de la Dinastía.

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