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Que maravillosa expresión. Es un auténtico modelo de sabiduría pero sobre todo de generosidad, aunque también de infinita bondad.
Hemos de siempre puesto en labios de Fray Luis de León esta frase al incorporarse a seguir sus clases en la Universidad de Salamanca, después de unos años encarcelado por la Inquisición. ¡Las cosas que pasaban entonces!
Había nacido en Belmonte (Cuenca) aquel insigne sabio. Clérigo agustino, con algún ascendiente de conversos, que no se veía bien entonces.
De siempre se ha dicho aquello de que, cuando inauguraban un convento lo Agustinos, el pueblo decía: Con gran disgusto de los Dominicos… y por supuesto, viceversa.
Fray Luis era agustino. Estudiante de Teología en Alcalá de Henares y llegado más tarde a Salamanca donde ganó la Cátedra de la especialidad. Pero eran tan enconadas las diferencias entre aquellos dos irreconciliables enemigos: Agustinos y Dominicos, que no tardaron en inculparle ante el Santo Oficio, por intentar traducir la Biblia directamente del hebreo.
Un tal, León de Castro, Profesor de Griego, aseguraba, con el asentimiento y hasta posible instrucción de los dominicos, que aquella traducción, más moderna y liberal, vulneraba el sentido del Sagrado Libro, y lo trasgredía.
Bien es cierto que la celebérrima frase, modernamente se ha estudiado en profundidad, no encontrándose vestigios de su autenticidad, ni de que fuera pronunciada por nuestro protagonista entonces.
El propio Unamuno, aquel pensador, contrariado, escéptico e insatisfecho de todo, la usó en su vuelta a la Cátedra, cuando también se la quitaron.
Es posible que no existiera la frase y hasta que no la pronunciara Fray Luis, todo es posible. Sin embargo es una pena, que algo que durante tantas generaciones se viene reconociendo, admitiendo y empleando como ejemplo de generosidad, y hasta de misericordia, tengamos que olvidarlo.
¡Vamos que no!