Me pide mi nieta que averigüe de donde pueda proceder esta expresión, y lo intento. Aunque son bastantes los posibles orígenes, la verdad es que ninguno llega a convencerme del todo, pero los cito:
Antiguamente, los soldados retirados de su vida activa demandaban emolumentos para vivir. Y era costumbre que portaran en un recipiente de lata los papeles demostrativos de sus hazañas y servicios, que junto con las cicatrices de sus heridas demostraban los servicios prestados.
Otra versión dice que en Málaga se solían vender vinos de baja calidad en latas, que una vez ingeridos provocaban borracheras con las que los afectados molestaban con inoportunos y desagradables ruidos.
Se daba también frecuentemente la broma, del uso de ruidos estridentes provocados al golpear latas para celebrar en algunos lugares los casamientos de algún viudo o viuda.
Todo puede ser. Y hasta que de alguna de estas circunstancias derive la expresión, que posteriormente enraizará en el lenguaje.
De lo que no hay duda, es de qué nos habla de realizar algo desapacible, incomodo, pesado, desagradable o incluso molesto.
Históricamente, es de recordar lo latoso que debió suponer para las gentes de entonces, que un: “Casi desconocido”, Carlos, nieto de sus anteriores Reyes, los Católicos, llegara pidiendo importantes cantidades de dinero, que le eran necesarias para conseguir aquello tan lejano para ellos, como era alcanzar la dignidad de un Imperio.
Aún así, a regañadientes, pero no se lo negaban.
Castilla se lo concedió, también Aragón, el Reino de Valencia era más remiso, ya que no fue él a pedirlo. Los leoneses y gallegos se lo negaron en principio, y hasta le obligaron a realizar nuevas Cortes en Coruña, antes de embarcar para su aventura europea.
Aún así no era suficiente, y hubo de recurrir a los banqueros. Los Flugger, españolizados luego como Fúcar, que cobraron. Y los holandeses Welsser a los que curiosamente concedió, saltándose el monopolio, la explotación del actual territorio de Venezuela.
Curioso… ¿verdad?