Cantar las cuarenta

Efectivamente, así se lo expresaríamos a quien consideramos injusta y abusivamente tratado por otro…. ¡Pues sí… cántale las cuarenta!
Se trata de con decisión y desenvoltura aclarar posturas arbitrarias tratando de corregirlas, y con ello conseguir que la situación discutida vuelva a los niveles de equidad justamente deseados.
¿Puede ser una amenaza? No tiene porque, pero puede parecerlo en ocasiones. ¿Riña o regaño? Pues también puede ser, según las circunstancias del momento, de las condiciones y hasta de las personas.
¿El origen? pues claro, sin duda ha de ser ese juego de naipes españoles de origen italiano llamado el –tute-. En el que todas las cartas tienen un valor en puntos y gana el que consigue más. Aunque se da la circunstancia cuando el jugador poseedor el Rey y Caballo del palo de triunfo “canta” las cuarenta, y con ello ese número de puntos.
Estaba claro, aquel personaje lo sabía todo, lo hacía todo y hasta lo mandaba todo en la Corte de nuestro Felipe V. Era, -La Princesa de los Ursinos -. Hasta había escogido a la que sería la segunda esposa del Rey entre las princesas europeas, intentando conseguir la de menos carácter, mayor docilidad y mansedumbre, y a la vez con las mayores dotes naturales para la procreación. Pero acertó solo en estas últimas condiciones, las relativas a la maternidad.
Se llamaba Isabel de Farnesio la escogida, y había nacido en Parma en 1692. Su carácter está muy bien definido cuando se decía de ella que tenía: la soberbia espartana, la tozudez inglesa, la sutileza italiana y la vivacidad francesa, aunque completaríamos el cuadro añadiendo que en España conseguiría la altivez que no traía de origen.
Viaja, la Reina casada ya por poderes con Felipe V, y sale a recibirla -La Princesa de los Ursinos- para agasajarla y cumplimentarla en su llegada, al pueblo de Jadraque cerca de Guadalajara, donde se había hospedado en la Casa de las Cadenas descansando del largo viaje. Y, según cuentan las crónicas, allí mismo, sin esperar a más… – Le canta las cuarenta- y sin explicaciones, la manda desterrada. Eso, era un carácter… ¡Si señor!

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