Aunque efectivamente, no lo dice claramente en su enunciado, lo que nosotros entendemos al pronunciar o escuchar, esta expresión es un concepto de firmeza, consistencia, y confianza inquebrantable.
Podemos considerarlo por tanto un modismo.
Era un antiguo juego, que consistía en que un jugador con los ojos vendados obedeciendo las indicaciones de un compañero, saltaba con los pies atados sobre unos rectángulos pintados en el suelo. Ni que decir que la confianza en el compañero que advertía y daba las indicaciones, había de ser absoluta, contando con que además los pies del jugador estaban juntos, es decir atados.
Por supuesto, que podríamos nombrar innumerables personajes en nuestra Historia de todos los tiempos para rememorar el concepto de inquebrantable determinación y ánimo decidido, pero posiblemente en ninguno tanto como en nuestro personaje universal de: Don Rodrigo Diaz de Vivar, conocido como el Cid.
Es Historia y leyenda al mismo tiempo.
Parece que como personaje es capaz de las aventuras más atrevidas militarmente y hasta en la vida civil las realiza, en tanto que hasta es capaz de enfrentarse a un Rey, Alfonso VI, al exigirle juramento de que no ha tenido participación alguna en la muerte de su Señor, Sancho.
Nunca habían sido buenas las relaciones de los dos hermanos por cuestiones hereditarias y era natural. Sancho el mayor había heredado solo el condado de Castilla y sin embargo Alfonso, el reino de León. En “Juicios de Dios” y hasta en batallas como la de Golpejera habían reñido.
Sancho es muerto de manera traicionera y oscura por un desconocido en Zamora, un tal Bellido Dolfos, y El Cid se enfrenta al Rey Alfonso y le pide que jure su inocencia. Por supuesto que este lo destierra.
Con cuarenta de los suyos hacia el destierro…el Cid cabalga. Sangre sudor y lágrimas…
Una bella historia de lealtades, posiblemente no absolutamente auténtica, pero espléndida y a la vez admirable.
Se puede entender así… – A pie juntillas –