Naturalmente, siempre se ahorca por la fuerza, pero…
¿Por qué se usará tanto esa expresión, tan dramática, y hasta casi feroz?
A mi modo de ver no puede tener otro el origen, que a la incomprensible pero brutal muerte de un compatriota nuestro. Juan Martín Diez, nombre que puede no decir mucho así, pero que si le ponemos el sobrenombre con el que siempre fue conocido, ya es otra cosa. Se trata nada menos que un personaje insólito de nuestra Historia. El Empecinado.
Casi un superhombre, un valiente, esforzado y glorioso héroe nacional.
Labrador de oficio, que llegó por sus solos méritos de guerra a ser General de nuestro Ejército. Aquel, al que los franceses, invasores de nuestro territorio, tenían puesta precio a su cabeza. El mismo esforzado combatiente, que desde la entrada a España de las tropas invasoras del poderoso ejército de Napoleón, las plantó cara en forma de guerrillas, y que con aquella táctica, consiguió las más imponentes victorias sobre milicias de soldados veteranos curtidos en batallas por prácticamente toda Europa.
Pensemos bien lo que son las expresiones y lo que pueden llegar a significar. Esta tan brutal, puede venir o estar relacionada con la muerte, también violenta y casi despiadada de aquel nuestro campeón.
Sus méritos en justicia no pueden contarse, y su culpa, exclusivamente las ideas políticas. Y el pago que recibe por su conducta heroica es, primero durante meses, la afrenta y el ultraje de presentarlo los días de mercado, dentro de una jaula de hierro, y al final la muerte en la horca. Naturalmente que – a la fuerza.-
Y como se resiste en su furia, rabia y ofuscamiento, se le cuelga del cuello, muerto a cuchilladas por las bayonetas de sus captores. Una infamia, una abyección hasta podríamos llamarlo una vergüenza.
Tampoco es bueno no reconocer nuestros errores.