Cuando queremos expresar que algo se hace despacio y en silencio para que sea poco percibido, echamos mano de esta expresión. Puede provenir del tan conocido “chitón” andaluz, contracción del verbo – Chistar-. También es posible que lo de “chita” haga referencia, desde luego no a Tarzán, sino a un animal al que llamaban así, de la familia o muy parecido al guepardo, que por sus características anatómicas es de los animales más veloces, y que convenientemente domesticado fue introducido por los árabes en tiempos de su dominación de la Península y empleado para la caza. Naturalmente furtiva por su desproporción, y prohibida posteriormente como parece natural.
También puede proceder del juego infantil del chito, en el que se tiran unas piedras de pizarra planas llamadas “tangas” con el fin de derribar un soporte de madera llamado Chito, Pensemos que pudiera jugarse dinero en él y de ello que se practicara con discreción. Todo puede ser.
Aunque sin duda, si en nuestra Historia algo nos puede hacer pensar en la frase – a la chita callando- es la conducta de un personaje un tanto insólito. Se trata de una dama francesa llamada Ana María de la Tremoille, que llamándola así nadie conoce, pero que nombrada como – Princesa de los Ursinos – puede ser otra cosa. Era muy conocida sobre los años mil setecientos y pico en la corte de nuestro primer Borbón Felipe V.
Había enviudado dos veces la noble y siniestra dama, y del segundo matrimonio con el Conde Orsini, le vino el nombre con la que se la conocía en España. Naturalmente, que contaba con absolutamente todos los “favores” de Luis XIV el Rey Sol francés, padre de nuestro recién estrenado Borbón, y ni que decir que la mandó a España con él, por prevención.
Fuera por el hecho de la consabida indolencia del Rey, o por la afabilidad y dulzura de su primera esposa Gabriela de Saboya, la tal Princesa de los Ursinos manejaba, -a la chita callando-, absolutamente toda la Corte, y hasta la política. Viudo el Rey, influyó hasta en su segundo matrimonio. Desde luego, no es bueno que sigilosamente la influencia se convierta en autoridad. Y de ello que había que echarla… Pero ¿Quién lo haría?…