La expresión la empleamos cuando queremos hacer entender que aun rezando a Dios en petición de algún favor, no hemos de olvidar nunca el hecho de seguir trabajando para conseguirlo.
Bernardo de Fontaine, conocido en la Historia como San Bernardo de Claraval, ha sido una de las más importantes personalidades de la Iglesia Católica. Abad del Monasterio del mismo nombre, Claraval, en el Departamento francés de Aube, hoy en día edificio dedicado a establecimiento penitenciario. A él se le atribuye, el canto gregoriano, la expansión de la Orden del Cister por toda Europa, además de conseguir por su sabiduría y santidad, llegar a ser Doctor de la Iglesia.
En cierta ocasión, paseando en meditación y rezo por un camino, un arriero que arreglaba una de las ruedas de su carro, conociéndole, se dirigió a él:
– Santísimo monje: – Seríais tan caritativo de rezar a Dios, para qué me ayude a reparar el carro –
– Por supuesto hijo, lo hago inmediatamente, pero sigue, sigue sin distraerte dando golpes a la rueda para enderezarla.
– ¿Oiga Padre… pero es que entonces…?
– No, no lo dudes, buen hombre esa, esa será la manera con la que con seguridad te ayudará Dios, y el carro volverá a andar perfectamente.
Era esto, allá por el año de 1150 aproximadamente, debió hacer fortuna la expresión, sin duda porque era oportuna, y hasta en ocasiones se emplea actualmente, lo que desde luego, nos hace entender la gran inteligencia y acierto del monje.