Es la propia Academia la que nos ilustra sobre que este tipo de defensa consiste en resistir con la máxima tenacidad hasta el límite y en condiciones precarias.
Naturalmente que está originada esta explicación por algo que conocemos todos, desde nuestros tiempos de colegio. Numancia.
Esa población celtíbera, a escasos kilómetros de la Soria Capital, actual, en la que en el año 134 antes de Cristo, sus habitantes lucharon hasta la extenuación absoluta, defendiéndola contra el invasor ejército del Imperio Romano.
Como en todas las invasiones por la fuerza en todos los tiempos, desde las más antiguas hasta las modernas, se combinan periodos de negociaciones con puntuales momentos de lucha encarnizada. No es que la invasión romana de la Hispania de entonces fuera excesivamente sangrienta, aunque existieron puntos y momentos terriblemente cruentos y Numancia fue uno de ellos.
Venían siendo más de 150 años de luchas ante un enemigo mucho más fuerte, y que necesitó hasta en cinco ocasiones, y el relevo de varios generales al mando de las tropas, hasta que al final quedó reducido solo al sitio reducido por fortificaciones convenientes, y al cerco de la ciudad con unos cerca de 2.500 vecinos, que resistieron durante año y medio el asedio hasta límites inconcebibles, y que asediados por el hambre prefirieron suicidarse y quemar la ciudad a rendirse.
Los propios historiadores romanos fueron, a la vista de los terribles hechos, los que promocionaron su conocimiento, los dieron a conocer y ensalzaron hasta convertirlos en leyenda.
Los siglos posteriores lo han convertido en un mito, como símbolo de tenacidad, valentía y heroísmo. Llevan el nombre de Numancia desde obras literarias a embarcaciones militares, y hasta pueblos, tal es la repercusión de la tradición de aquel célebre y afamado lugar.
Conservémoslo en la memoria como sinónimo de valentía y tenacidad.