Esta expresión viene de muy atrás en el tiempo, exactamente desde tiempos de la Inquisición. Aquel tribunal eclesiástico del que tanto se habló en su momento y que hasta ahora incluso se sigue haciendo.
El sambenito es un término que describe el ropaje que portaban los condenados, que en realidad se llamaba -saco bendito- y que por degeneración del lenguaje ha quedado en – sambenito- . El tal ropaje consistía en dos piezas normalmente de lana, casi siempre de color amarillo, con un orificio por el que se introducía la cabeza con lo que las dos piezas quedaban cubriendo el pecho y la espalda hasta la altura de la cintura. El condenado debía portarlo siempre durante el tiempo que fijara la sentencia, y lo podía quitar solamente en su casa. Solía llevar pintadas unas aspas o cruces de color rojo.
Han pasado los siglos y sería muy difícil tratar ahora de entender aquellos castigos por orden religiosa, por no decir imposible, pero el hecho es que en su momento se emplearon estos métodos y hay que conocerlos.
Terminado el castigo, los ropajes eran conservados en las parroquias correspondientes. Actualmente solo se conserva alguno en el museo parroquial de un pueblo de Galicia: Tuy.
Históricamente, recordemos al “Cura Merino” Martín Merino Gómez, que fue juzgado secularmente por su condición sacerdotal después de ser secularizado, y privado de sus ordenes eclesiásticas fue conducido a la Cárcel del Saladero, edificio que ocupa ahora el Palacio de los Condes de Guevara en la plaza de Santa Bárbara. Juzgado por herir con un estilete a la Reina Isabel II cuando salía de Palacio para asistir a la Misa de parida por el nacimiento de su hija la Infanta Isabel. Y desde allí sentenciado, fue conducido con el sambenito puesto, al campo de guardias a las afueras de Madrid y ejecutado en el solar que existía entonces y que ahora es deposito del Canal de Isabel II en Bravo Murillo.
Gracias al corsé la Reina salió ilesa, y en acción de gracias fundó un Hospital, que hoy en día está en Diego de León. Efectivamente… el de la Princesa.