Interesante expresión, que se emplea en ocasiones en nuestro diario lenguaje.
Sobre todo, cuando queremos calificar la acción de alguien que argumenta razones para intentar hacer ver que se puede desconfiar con alguna razón, de hechos que están siendo presentados en homenaje, consideración, honra o incluso veneración de cualquiera.
No se trata de ningún invento, es simplemente el uso del apelativo que recibía el llamado – Procurador fiscal – como uno de los integrantes del Tribunal que se encargaba de exigir las pruebas de santidad, analizándolas, criticándolas y hasta rebatiéndolas. Era este Procurador del Tribunal, que recibía por su cometido esa especie de “apodo”.
La instauración de este miembro del Tribunal, llamado Abogado del Diablo o también Promotor de la Fe, viene de antiguo, había sido instaurado por el Papa Sixto V al que llamaron el “renovador” en tiempos de Felipe II, y ha estado vigente en todos los Tribunales que entendían llevar o no, a los altares, primero como Beatos y posteriormente como Santos en la Iglesia a los personas que eran propuestas para esas dignidades.
Fue abolida su función por Juan Pablo II en el año 1983.
En tiempos antiguos, los obispos y hasta las Órdenes religiosas eran encargados de formalizar las canonizaciones. Más tarde con la consiguiente consolidación de la autoridad del Papa, se establece que sea Él exclusivamente, su promotor.
Hasta el Siglo XX naturalmente que han existido canonizaciones…
Aunque desde la desaparición de la figura del Abogado del Diablo, hace tan poco tiempo se han realizado más de mil beatificaciones, y quinientas canonizaciones.
¿Sería tan eficaz esa Institución?