Es esta una expresión que recuerda una sentencia de origen bíblico.
Con ella damos a entender un concepto sencillo: La reciprocidad. Y sin duda que desde inmemorables tiempos se emplearía, pero en realidad quien lo puso de moda fue Lope de Vega en una de sus maravillosas obras: – La Dorotea.- El daño que infringes, lo terminas recibiendo.
Existen multitud de ejemplos aludiendo al espíritu de esta locución, en novelas, películas y hasta en la vida real, aunque existe uno llamativo. Se cuenta como cierto, que la estatua de piedra que existe en la puerta principal en el Monasterio de Poblet, de la Asunción de Nuestra Señora, presenta una muesca o hendidura a nivel de su rodilla derecha provocada por un acto vandálico que se produjo en el año 1835, al disparar su arma contra ella uno de los asaltantes, ocasionando el daño a la imagen, pero con la casualidad de que rebotado el proyectil contra el mármol, hirió tan gravemente a autor que falleció poco después.
Sin embargo, históricamente entendemos que el ejemplo posiblemente más representativo de esta expresión hemos de tenerla en la figura del Rey Pedro I, llamado el “Cruel” para algunos historiadores, y más adelante el “Justiciero” por otros, llegando a que nuestra propia Reina Isabel I, y hasta incluso después Felipe II, lo mandaran llamar así.
La verdad es que muy comprometida y azarosa debió ser la vida de este Rey en todo, ya que tuvo hijos conocidos con seis mujeres, y mandó matar a innumerables enemigos, aunque parece que eso entonces no suponía una anormalidad.
Pero hemos de entender que si había tropezando en aquel tiempo con tantos – hijos de puta – y que amparado en su autoridad, hasta fuera entonces bueno y deseable eliminarlos. Si ahora fuera posible, ya que desgraciadamente el número no ha disminuido, también podría ocurrirnos como a él. Y la verdad es que lo mató su propio hermano Enrique, el primer Trastamara.
Y dice la Historia: Riñeron los dos hermanos / y de tal suerte riñeron / que fuera Caín el vivo / a no haberlo sido el muerto”…