Es difícil entender ahora el alto precio que alcanzaba la lana en pasados tiempos. Y también, como salir trasquilado era, por supuesto, perder el pelo irregularmente y en condiciones abruptas, como les ocurría por castigo a los blasfemos y judíos, de igual forma que a las ovejas. Situación que venía contemplada ya desde el Cuarto Concilio de Toledo, en el año 640, que lo llamaba -Turpiter decalvare- y hasta en el Fuero Juzgo o visigótico de Recesvinto que instaura Fernando III el Santo, sobre el año 1240, y que lo denominaba – Esquilar ladinamente-.
La expresión es sin duda, conocida de antiguo y usada en El Poema de Fernán González sobre 1250, en La Celestina 1490 y sobre todo en El Quijote en 1605. Se emplea para definir situaciones que terminan fuera de lo previsto. Se piensa en un provecho (ir por lana) y sucede todo lo contrario (salir trasquilado), en una palabra es una decepción, frustración o desengaño.
En verdad es así. Pero no ha de existir duda alguna, de que se emplearía en España con mucha profusión la dicha expresión, cuando en el año 1740 se produce en el Mar Caribe, el célebre conflicto armado con Inglaterra llamado Guerra de Asiento, o también Guerra de la oreja de Jenkins, que enfrentaban sus flotas, la de Inglaterra y la del Imperio español.
Eran casi 200 naves inglesas y 27.000 hombres, contra 4.000 hombres y seis naves. El motivo aparente, pues que un navío español había apresado a otro inglés que hacía contrabando, y al capitán español se le ocurrió cortarle una oreja al británico, y este lo denunció ante la Cámara de los Comunes con la oreja en un frasco. Inglaterra pidió una indemnización y España se negó a satisfacerla.
La realidad y el motivo verdadero, era que el comercio con América estaba en manos españolas.
Y hasta se acuñaron monedas por la victoria británica, que existen, pero la derrota fue tan rotunda que el almirante Vernon fue destituido, y el Rey inglés Jorge II prohibió escribir sobre ello.
El vencedor: Cojo, tuerto y manco. Nada menos, que nuestro Blas de Lezo.