Ahí me las den todas….

Dícese esa frase, cuando alguien sin dignidad, entiende que la corrección o condena que merece una acción propia, recibe en otra persona el correspondiente castigo.
De hecho ha de ser así, ya que la frase se le atribuye a un personaje conocido no por su escasa, sino por su nula dignidad. Se trata de uno de nuestros más desafortunados mandatarios de todos los tiempos.
Efectivamente, Fernando VII.
Parece que un Alcalde de Corte pidió audiencia al Rey para poner en su real conocimiento que un súbdito le había abofeteado en público y requería el consentimiento del Rey para castigarlo severamente, aduciendo que naturalmente la ofensa se había producido en las mejillas reales, ya que él era su representante.
Contestación del Rey: ¡ Ahí, ahí… me las den todas ¡.
Puede que la única plausible justificación, con razones y garantías de veracidad de la familia Borbón, pueda ser el hecho de que aquel miserable y repugnante individuo, llamado Fernando VII, no debía pertenecer a la familia, ya que existe un documento depositado en el Archivo del Ministerio de Justicia, en el que un sacerdote llamado Juan de Almaraz natural de Badajoz, que fue durante años confesor de María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, su supuesta madre, en el que jura “imberbus sacerdotis”, y pone de testigo a su Redentor Jesucristo, que en su última confesión, el 2 de Enero de 1819, a pocos días de su muerte, la Reina le confesó que ninguno, y lo repite, en el original, ninguno, de sus hijos era del su legítimo matrimonio.
El sacerdote fue raptado en Roma, traído preso y encarcelado durante muchos años, hasta que a la muerte del Rey, su supuesto hijo, fue liberado por su viuda.
Triste memoria queda de aquel Rey, que es llamado el “felón”, también lo fue la expresión que ha quedado para la historia, y por supuesto de ella también, el desdichado recuerdo de aquel personaje.

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