Bien es cierto que sobre lo que tanto se ha afirmado, desmentido y hasta especulado, que son esas llamadas “cuentas” del Gran Capitán, nadie las conoce, es posible que existan pero como tales documentos, nadie las ha identificado. Hay es cierto, numerosísimos montones de legajos en el Archivo de Simancas, pero en realidad las tales cuentas son una especie de: entre leyenda, mito y hasta incluso invención del pueblo, pero eso sí, con una inmensa carga de justificación, de evidencia y hasta de absoluta razón de ser.
No existe ninguna duda de que el que se puede considerar – el mejor soldado de España – es decir: Don Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido siempre como: – El Gran Capitán -, sobrenombre que le pusieron los mismos moros en nuestra Reconquista. Fue él, precisamente en las campañas de Italia contra los franceses, el que ofreció en bandeja un verdadero Reino a España: Nápoles. Estando todavía en este mundo la Reina Isabel. Pero falleció muy poco después, y bien es verdad que Fernando de Aragón su viudo, no lo consideraba como algo tan propio.
Casado después ya el Rey Fernando con su segunda esposa, Germana, y desposeído por su “querido” yerno Felipe, de la Regencia de Castilla, viaja para conocer aquellos Reinos italianos, y parce ser que sin la hidalguía, caballerosidad y hasta podemos decir casi, buena educación, pide cuentas económicas del gasto producido en las campañas militares… Y es natural, Don Gonzalo Fernández de Córdoba, no sabemos lo que le contestaría, pero hubiera sido de razón, aquello que posiblemente se ha inventado posteriormente de: -Miles y miles de ducados en limosnas a frailes y monjas al rogar a Dios por las almas de los soldados españoles caídos.-Muchos ducados más por reponer las campanas rotas de tanto tocar a Gloria por las victorias conseguidas. -Muchísimos más, en guantes perfumados para evitar el olor de los cadáveres de los enemigos caídos-.
Y por supuesto, el de los picos palas y azadones.
Posiblemente no le contestaría así, puede ser, puesto que era el Rey. Pero… de verdad… ¿a que se lo merecía?