Cuando queremos expresar que algo se está realizado sin orden concierto ni equilibrio, empleamos a veces en nuestro lenguaje actual aquella expresión de: – A tontas y a locas –
Lo que deseamos manifestar puede estar más o menos claro, pero ¿En función de qué? ¿Con quién?, ¿O a qué lo relacionamos? En una palabra, ¿cuál es su razón? El Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia nos habla de que posiblemente, uno de los hijos más ingeniosos y con más gracia que ha dado Sevilla fue nada menos, que un fraile agustino llamado Juan Farfán.
Hace su biografía en dicho Diccionario el historiador Rafael Lazcano, y nos explica de él, que nació en Sevilla en 1536, adquiriendo gran fama como precoz en todo, ya que “con diez años era singular escribano y gran contador, y de menos de catorce, extremado latino”. Es él, quien en uno de sus “cuentos” habla de un fraile al que unas monjas le pidieron que sin tiempo improvisara un sermón… y naturalmente usó la expresión. También en nuestro Ingenioso Hidalgo, Cervantes la emplea cuando se refiere a ciertas doncellas, con doble sentido. A tontas y a locas…
Aunque no hay duda, que de quien conocemos esta expresión por emplearla en tiempos mucho más cercanos, es otro autor también de mordaz ingenio, y sutil agudeza. Se trata, nada menos que de Don Jacinto Benavente que la empleó para eludir el hecho de dar una conferencia que le demandaban desde un club femenino.
Cierto que es más llamativo y sobre todo contundente cuando el ingenio salta con rapidez, oportunidad, elegancia y hasta oportunidad. Cuentan, que en cierta ocasión y dada la condición de homosexual que se le atribuía, al encontrarse queriendo entrar al mismo tiempo que otra persona en la puerta de un establecimiento, este efectivamente, un simple mal educado, le dijo: – Yo no dejo pasar delante a ningún maricón…
Don Jacinto, simplemente contesto: Pues yo, sí… pase, pase. Recordemos esta expresión aunque solo sea para rememorar la concisión y el elegante ingenio de uno de nuestros Premios Nobel de literatura.