Ni quito ni pongo Rey…

Dícese, cuando alguien expresa, o al menos lo parece, no querer tomar partido ninguno, pero después, y ante acontecimientos imprevistos… lo toma.
Son tristes los recuerdos que acompañan a esta expresión histórica. Recordamos con ella nuestra primera guerra civil. Eran tiempos del reinado de Pedro I, allá por el año de 1350, al que la aristocracia llamaba “el cruel”, y el pueblo llano “el justo”.
Había heredado el Trono de sus padres, Alfonso XI y su esposa María de Portugal. Este buen hombre Alfonso, el padre del Rey, que les ganó a los moros la célebre batalla del Salado, con lo cual llegábamos hasta Gibraltar, y que es el único monarca muerto de peste. Resulta que se enamoró, parece que “locamente” de una señora llamada Leonor de Guzmán. Digo, locamente porque con ella tuvo diez hijos en doce años.
Uno de estos hijos, un tal Enrique, gallego él, como Rajoy, nacido en: tras (más allá) del Rio Tambre, es decir Trastámara, por cierto el primero de la dinastía, se enfrentó a su medio hermano el Rey, Pedro I.
Después de una batalla en Montiel, hoy municipio de Ciudad Real, en la que no aparece un claro vencedor, sigue la lucha, ahora ya personal, a golpes, y solamente entre los hermanos. En ella Enrique apuñala y mata a Pedro, pero eso sí, con la ayuda, más o menos voluntaria de un espectador que parecía no tomar partido, un tal Bertrand du Guesclin, pero que llegaba de Francia precisamente en ayuda de Enrique.
De ello la frase, que concluye así… pero ayudo a mi señor.
Y de la frase, el dicho.

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