Dícese de cuando algo está apartado, incluso lejano. Aunque durante muchos años significó también, decencia.
Ahora, las calles iluminadas por la noche no nos extrañan, aunque siempre no ha sido así. Con electricidad se iluminó una calle por primera vez en Santoña (Santander) para recibir al Rey Alfonso XII. Las dos ciudades españolas pioneras con este tipo en la iluminación de sus calles fueron Haro en La Rioja y Jerez de la Frontera en 1890.
¿Y antes? El gas era lo empleado, Barcelona fue la primera ciudad en implantarla. Madrid puso en marcha este servicio en 1832 con varios puntos en la Puerta del Sol, y alguno cercano a Palacio, para festejar el nacimiento de la segunda hija de Fernando VII, Luisa Fernanda, hermana menor de Isabel II.
¿Pero, y todavía antes?… Lámparas de aceite, que desde una Ordenanza de Felipe II, en 1578 era obligado que tuvieran ciertas casas en sus puertas. En Madrid existían lámparas desde 1812 en las fachadas de algunas calles entre 30 y 60 pasos cada una, según le importancia y el ancho de la calle.
En verano, y para esparcimiento público se colocaban cinco luminarias de aceite colgadas de los correspondientes pinos en el Paseo del Prado. Existen todavía algunos de estos árboles cercanos al Museo. Desde Atocha, el último estaba ya cercano a Neptuno, donde la oscuridad era casi total.
Algunas parejas de enamorados, que paseaban más deprisa que sus correspondientes “carabinas”, llegaban, a requerimiento de sus amorosas exigencias, sin recato ninguno, al último de los pinos.
El quinto, ¡una auténtica inmoralidad! Lo que son las costumbres…
De ello el dicho